El efecto Bohr y por qué deberíamos respirar menos

Podemos vivir sin comer por semanas o tomar agua por días, pero solo podemos vivir unos minutos sin tomar aire para respirar. Sin embargo, prestamos mucha más atención a la cantidad de comida que ingerimos (o en menor medida de agua que bebemos) que a la cantidad de oxígeno que introducimos a nuestro cuerpo para respirar y obtener energía vital.

La cantidad de aire que respiramos tiene el potencial de cambiar todo lo que creíamos saber de nuestro cuerpo, nuestra salud y nuestro rendimiento físico. Si logramos optimizar la cantidad de oxígeno que respiramos, podremos mejorar la liberación de oxígeno a los músculos, órganos y tejidos. El aumento de la oxigenación no solo es saludable; también permite una mayor intensidad de ejercicio con menos dificultad para respirar. En resumen, podrás tener una mejor salud y estado físico, así como un mejor rendimiento.

Sobrerrespiración crónica

A lo largo de los siglos, el ser humano ha ido alterando de manera muy drástica su entorno y formas de vida, tal es así, que muchos de nosotros hemos olvidado nuestra forma innata de respirar. Suponemos que el cuerpo sabe por reflejo cuánto aire necesita en todo momento, pero desafortunadamente no es así. El proceso de respiración se ha visto distorsionado por el estrés crónico, los estilos de vida sedentarios, las dietas poco saludables debido a la industrialización de los alimentos, los hogares aclimatados artificialmente y la falta de forma física que acarrea todo lo anterior. Todo esto contribuyó a que hayamos adquirido malos hábitos de respiración. Estos a su vez contribuyen al letargo, aumento de peso, problemas para dormir, afecciones respiratorias y enfermedades del corazón.

Durante miles de años, nuestros antepasados vivieron en base a una dieta natural en un entorno mucho menos competitivo y realizando trabajos físicos muy duros, un estilo de vida propicio para mantener un patrón de respiración eficiente. Si comparamos eso con la vida actual, en la que pasamos horas encorvados en un escritorio frente a distintas pantallas y dispositivos, sin necesidad de demasiado esfuerzo físico para la obtención de alimento, ingiriendo comida rápida, tratando de manejar una serie, en apariencia, interminable de estímulos, tareas y obligaciones. Esta vida moderna aumenta gradualmente la cantidad de aire que respiramos y, aunque instintivamente nos pueda parecer una buena idea llevar más oxígeno a los pulmones, una respiración más ligera es sinónimo de buena salud y estado físico. Si pensamos en dos personas haciendo una misma tarea, digamos descargando pesadas valijas al llegar a un destino luego de un viaje, si una de las personas sufre obesidad y la otra es un atleta olímpico, ¿quién esperarías que terminara resoplando y resoplando? Ciertamente no el atleta olímpico.

El mayor obstáculo para tu salud y estado físico es un problema que rara vez se identifica: la sobrerrespiración o respiración excesiva crónica. Podemos estar respirando dos o tres veces más aire del necesario sin saberlo.

Síntomas más comunes de sobrerrespiración

  • Respirar por la boca mientras se realiza alguna actividad diaria o ejercicio liviano.
  • Respirar por la boca mientras se duerme o roncar producto de apneas.
  • Se puede notar fácilmente u oír la respiración en reposo.
  • Es el pecho y no el estómago el que se mueve mientras se respira.
  • Sufrir frecuentemente de congestión nasal, estrechamiento de las vías respiratorias, fatiga, mareos o aturdimiento.

La paradoja del oxígeno

La paradoja con el oxígeno es que respirar más no se traduce a más oxígeno y energía. La cantidad de oxígeno que tus músculos, órganos y tejidos pueden usar no depende completamente de la cantidad de oxígeno en tu sangre. Nuestros glóbulos rojos están saturados con entre un 95 y un 99 por ciento de oxígeno, y eso es suficiente incluso para el ejercicio más extenuante. Lo que determina cuánto de este oxígeno puede usar tu cuerpo es en realidad la cantidad de dióxido de carbono en tu sangre.

El volumen de cada bocanada de aire que inhalamos y exhalamos se mide en litros, y las mediciones suelen tomarse en 1 minuto. En la medicina convencional, el número aceptado de respiraciones que realiza una persona sana durante ese minuto es de 10 a 12, con cada respiración aspirando un volumen de 500 mililitros de aire, para un volumen total de 5 a 6 litros. Para visualizar esta cantidad de aire, imagine cuánto aire contendrían unas tres botellas vacías de refresco de 2 litros. Si una persona está respirando a un ritmo más alto, a 20 respiraciones por minuto, por ejemplo, entonces el volumen también será mayor. Pero la respiración excesiva no solo proviene de una frecuencia elevada. Una tasa más baja puede tener el mismo efecto si el individuo toma demasiado aire con cada respiración; 10 respiraciones largas de 1,000 mililitros también serían evidencia de sobrerrespiración.

El efector Bohr

Cada vez que respiramos, inhalamos oxígeno y exhalamos dióxido de carbono, también llamado CO2. Sabemos que el dióxido de carbono es un gas de desecho que exhalamos desde nuestros pulmones. Sin embargo, tiene una vital importancia en la relación del oxígeno y la energía provista a las células de nuestro cuerpo. Y esto se puede comprender si comprendemos y utilizamos el principio fisiológico denominado como Efecto Bohr.

En 1904, los fisiólogos daneses C. Bohr, K.A. Hasselbalch y A. Krogh publicaron un artículo que fue el primero en mostrar que los cambios en la tensión de dióxido de carbono podrían influir en la función de la hemoglobina. En consecuencia, se demostró que el efecto se debía en gran medida a los cambios en el pH. El efecto de los protones en la función de la hemoglobina fue la primera observación de que los iones de hidrógeno podrían afectar la función de una proteína, un fenómeno que luego se demostró que es cierto para la regulación fisiológica de la función de muchas proteínas. Apropiadamente, el fenómeno se denominó más tarde efecto Bohr.

El efecto Bohr describe la menor afinidad de la hemoglobina por el oxígeno a aumentos en la presión parcial de dióxido de carbono y/o disminución del pH sanguíneo. Esta menor afinidad, a su vez, mejora la descarga de oxígeno en los tejidos para satisfacer la demanda de oxígeno del tejido.

El Efecto Bohr explica cómo se da la liberación de oxígeno a los músculos y órganos en funcionamiento. La mayoría de las personas no se dan cuenta de que la cantidad de dióxido de carbono presente en nuestras células sanguíneas determina la cantidad de oxígeno que podemos usar. El quid de la cuestión es este: la forma en que respiramos determina los niveles de dióxido de carbono presentes en nuestra sangre. Cuando respiramos correctamente, tenemos una cantidad suficiente de dióxido de carbono y nuestra respiración es tranquila, controlada y rítmica. Si respiramos en exceso, nuestra respiración es pesada, más intensa y errática, y exhalamos demasiado dióxido de carbono, dejando a nuestro cuerpo literalmente sin oxígeno.

Es muy intuitivo: si respiramos mejor, aumentando la cantidad de dióxido de carbono en nuestro interior, podemos llevar más oxígeno a nuestros músculos y órganos, incluidos el corazón y el cerebro, y así aumentar nuestra capacidad física. Todo lo que realmente estamos haciendo es ayudar al cuerpo a funcionar de la manera en que estaba destinado a funcionar desde siempre.

Los malos hábitos respiratorios pueden ser la diferencia entre una vida sana y energética y una enferma y débil. La respiración excesiva provoca el estrechamiento de las vías respiratorias, lo que limita la capacidad del cuerpo para oxigenarse, y la constricción de los vasos sanguíneos, lo que reduce el flujo de sangre al corazón y otros órganos y músculos. Estos impactos sistémicos afectan profundamente tu salud y limitan tu actividad física.

Fuentes